miércoles, enero 03, 2007

Teresa J. Amad - Tucumán - Argentina











CUENTO







La Sentencia

Era invierno, si bien es cierto que esta estación no me desagrada, si me molesta pasarla en Buenos Aires. No aguanto el viento en el rostro, menos aún cuando sopla fuerte, me hace retroceder, me enrojece los ojos, desordena mis cabellos, e hiela mis manos y pies. Pero ya estaba allí; debía asistir a un congreso muy importante. Una vez instalada en el “Bauen Hotel” decidí salir a recorrer la avenida Corrientes, para ver si algún espectáculo llamaba mi atención. Apenas caminé lentamente unas cuadras, cuando vi una señora que creí conocer. La observé con disimulo tratando de identificarla: su figura era la de una mujer joven, su vestimenta pasada de moda, su cabello, un poco descuidado, estaba sujeto atrás con un “colero”, su rostro reflejaba dolor y sufrimiento, su cara, desprovista de maquillaje. Miraba la vidriera con mucha indiferencia, su manera de pararse me hizo pensar, que salió a “matar” el tiempo. No demostraba interesarse por nada.
En un momento dado, giró con displicencia, me miró pero yo di vuelta mi rostro, no quería que notara que la estaba observando.
Sentí que se acercaba, me tomó del brazo y exclamó ¡Victoria! ¿qué haces acá?. Su voz era inconfundible ¡Paula! Lo mismo pregunto yo...
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, para que no notara lo alarmada que quedé al ver su aspecto de abandono. Teníamos la misma edad, ella parecía ahora diez años mayor.
Charlamos unos minutos, me dio su dirección y le prometí visitarla antes de regresar a Tucumán.
Fuimos compañeras en el colegio “Santa Rosa” desde el jardín hasta terminar el secundario, después tomamos distintos rumbos; yo ingresé a la universidad y ella creo que se casó. Tenía los mejores recuerdos suyos, era la más aplicada, la de mejores modales, la que ayudaba en las “pruebas” a las que como yo, no dedicaban tanto tiempo a los libros, pero sí a las fiestas, y a charlas sobre “galancitos” de turno. Como era muy sensible y romántica, era también la que nos escribía las cartas de amor, o nos daba consejos muy atinados cada vez que una tenía conflictos sentimentales, aunque ella jamás estuvo de novia ni compartía nuestras salidas.
Regresé al hotel, me duché y pretendí dormir. La imagen de Paula se había instalado en mis recuerdos. ¿Porqué tanta decadencia? ¿qué pasó en su vida para estar tan arruinada?.
Poco a poco fui hilvanando acontecimientos que pudieran darme una pista que justifique su estado.
Traje a la memoria un diálogo que tuvo con su madre, a dos meses de egresar del colegio; ese día fui a tomar el té con ella, y me enteré que estaba de novia con un tal Sergio, además su padre había fallecido a la semana de recibirse.
Han pasado doce años y aún recuerdo ese diálogo textualmente.
En esa ocasión, la madre, dirigiéndose a mí me dijo: -escúchame Victoria ¿no te parece que Sergio es muy grande para Paula?- como yo no lo conocía, no pude opinar, pero si recuerdo lo mal que me sentí al producirse ese intercambio de opiniones, un poco subidas de tono, entre madre e hija.
- bien podría ser tu padre – le decía la señora.
- Esto me beneficia más, mamá, por ser mayor, es más responsable, ya pasó por los arrebatos y locuras de los jóvenes, vivirá sólo para mí – decía con soltura Paula.
- Es eso lo que me asusta - hija – temo por ti, eres tú la que no ha vivido. No tienes experiencia. Has pasado tu corta vida entre libros, sacando las mejores notas para agradar a tu padre. Hoy, que él no está, sigues ofrendándote a él, sigues sus mandatos, privándote de salir con amigos, ir a fiestas e ir a bailar. Quizás eso es lo que más le gusta a Sergio. Eres distinta a las otras chicas de tu edad: muy casera muy sobria para vestir, muy prudente con tu lenguaje, con tus actitudes... y muy reprimida en tu conducta.
- ¡No creo ser reprimida! – gritó Paula.
- Si, hija, fuiste la niña perfecta para tu padre: dócil y sumisa, la hija que todo padre severo quiere tener. Tu novio cree que también serás la esposa perfecta, pero yo te conozco bien, hija, tu temperamento no es así, tus impulsos están frenados, mejor dicho, los reprimió tu padre con severidad. Sabes que la permisividad no existió en esta casa para mí, ni para ustedes. No es casual que tu hermana se haya divorciado apenas murió tu padre, él representaba, al censor que no permitía que nadie haga comentarios desfavorables de sus hijas, condenándolas a ajustarse a normas sociales, ya perimidas, esclavizantes y tortuosas. Han vivido sujetas a mecanismos de defensa, que les permitieron subsistir, pero no vivir en libertad. Racionalizando todo, o sublimando en le mejor de los casos.
Sé que tengo parte de culpa, por temerle y no enfrentarlo, por no defender la autonomía de ustedes, pero estoy dispuesta a salvarlas de un futuro errado porque inconscientemente siguen sus mandatos, son fantasmas que te persiguen a ti y a tu hermana ¡despierta, hija! no permitas que esa pesadilla en la que viviste malogre tu futuro. Un día esa máscara caerá, tu rebeldía aflorará, tus inquietudes despertarán, tus alas, sujetas a tu cuerpo querrán aletear y volar; hasta hoy las inhibiciones te lo impedían. Pero ¿hasta cuando?. Sé que vencerás barreras, pero chocarás muchas veces y el precio del despegue será muy caro - ¿por qué no entras en terapia? –
- ¿para que?, sé lo que quiero – contestó Paula.
Yo permanecía en silencio, era obvio que al tener la misma edad, es decir, adolescentes las dos, me inclinaba a favor de Paula.
Yo también soñaba en esa época, con el vestido de novia, con la fiesta, con los regalos... con el viaje, y con un montón de quimeras propias de los pocos años vividos.
Rossana, la mamá de Paula seguía insistiendo – en terapia, podrás elaborar tus conflictos; después de tu análisis, si sigues convencida que el paso a seguir es lo correcto para ti, yo seré la primera en decirte: ¡adelante, hija!...
Paula no entraba en razón, su madre salió del aprieto, ofreciéndonos helado casero y se retiró moviendo la cabeza.
¿Tendrá que ver ese antiguo diálogo, con el presente de Paula? – me pregunté.
Mientras miro los cuadros que adornan las paredes del hotel, reflexiono: ¿se habrá casado con Sergio?. Mis estudios y obligaciones me apartaron de ella, incluso no sabía que vivía en Buenos Aires.
Al otro día, al enterarme que el congreso comenzaba a mediodía, decidí visitarla, eran las diez horas; me recibió en camisón y chinelas; por su aspecto me di cuenta, que no se lavó ni siquiera la cara ¡qué decir del cabello y de sus ojos llorosos!
Me condujo a su dormitorio, me puso una butaca y ella se sentó al borde de la cama - ¿sabes? - me dijo – acá estoy desde las ocho de la mañana, pensando qué hacer con mi vida, mi matrimonio va de mal en peor. No escuché los sabios consejos de mi madre y acá estoy, atrapada en una celda, atrincherada por la mezquindad de un hombre mayor, cegado por los celos, con distintas culturas, con la misma rigidez de mi padre, y en un espacio reducido, irrespirable. Siento que me estoy atrofiando. A cada instante elevo mis ojos al cielo y repito: ¡tenías razón madre!.
La puerta de calle se abrió de golpe, yo me sobresalté, entraron dos niños, tiraron sus mochilas sobre la mesa, y gritaron - ¡ya estamos acá mamá!... Sin sacarse el uniforme, se sentaron frente al televisor a mirar “dibujitos animados” mientras gritaban: ¡tenemos hambre, tenemos hambre!.
Lo último que alcanzó a decirme Paula es lo siguiente: - retumba en mis oídos la voz del sacerdote, que al casarnos dijo: “hasta que la muerte los separe” y corrió a improvisar el almuerzo.
Mientras regresaba, yo me preguntaba: -¿retumba en tus oídos la voz del sacerdote... o la de tu padre?.

Yasyir