miércoles, enero 03, 2007

Carlos Kuraiem - Buenos Aires - Argentina












Ah, mis hijos

heredarán la verguenza
de su padre

Sabrán que uno puede fallar
y falla

Sabrán más
por ellos
cuando sean grandes

Verán derrumbarse mi sombra
contra aquél árbol
de moras blancas
tal vez

vean las estrellas
el cielo
como los vi

Oirán de otros caminos
se abrirán a otros caminos...

Reliquia

Busqué en la siesta
de mi infancia
a mi madre
treinta ańos más joven
y la encontré
acomodándose la peineta
en el espejo
del aparador
mientras lo hacía
cantaba...

Busqué a mi perra Toba
y la vi muerta
contra el cordón de la calle Formosa
yo lloraba
mi mano la acariciaba lentamente
una y otra vez

Recuerdo mi mano.

Busqué la noche estrellada
mi padre y yo
volvíamos de un casamiento
caminábamos
por lo ancho de la calle
aún escucho su voz
contándome cosas de su vida
cuando era soltero y alquilaba
una pieza en el barrio de Versailles

En su boca la noche espumaba estrellas...

Manifiesto


Cierta vez sorprendí a mi padre empezando una carta para enviársela a mi tío en Santiago. Tardó meses en escribirla. Cada noche, después de regresar del trabajo y en la sobremesa, le iba agregando una o dos líneas. Paraba, con sumo cuidado apoyaba la lapicera a un costado de la hoja blanca y se ponía a leer en voz alta, con dificultad, su propia letra, como si gozara escuchando su voz que leía lanzando una risa cada vez que terminaba en el punto. La firma la practicó no sé cuantas veces hasta que se decidió por la que mejor le salió.
Cuando acabó la carta y compró el sobre para mandarla, mi tío que estaba muy enfermo había muerto.
La carta estuvo guardada en su valija durante muchos ańos.
Era un hecho.
Mientras esto ocurría yo juntaba cobre, plomo y aluminio por las calles y los iba a vender para, con esas monedas, comprar las primeras revistas y libros de aventuras. Con el tiempo se multiplicarían hasta no caber en el ropero familiar o en el aparador de mi madre junto a platos, vasos y el cestillo del pan.
La casa conoció así los libros.
Con esas primeras experiencias comencé a caminar y me dí cuenta que para escribir, un papel basta, luego otro y otro más.
Si algo somos es poetas entre todas las cosas y no sobre todas las cosas.