martes, octubre 17, 2006

Norberto Pannone - Junín, Buenos Aires - Argentina














POEMAS



UNICIDAD

Esa unicidad que nos convoca
es una suerte de mística locura,
es una regia coraza o armadura,
la reja que eufemiza nuestra duda.

Intrépida eufonía que desborda
la inmadura trova de los sueños,
constancia absoluta, irremediable,
lacónico verbo que aprendemos.

Que nos queda entonces, sino
el brutal despojo y someternos.
Dejar, sin más remedio de buscarnos,
acrecentar los miedos que sabemos.

No me convence esta remanencia
ni el evasivo preámbulo del pávido.
Amplía el recorrido de tu mano!
Sigamos, que no atañe la prudencia!


MI ROCÍO

Mañana, caminaré el rocío
y haré una travesía por la rosa.
Dibujaré el perfume del olvido
cuando enlute su color la mariposa.

Habrá un después y un siempre
en la floral sublimación del trigo
desbordando de canto mi diciembre
desde el rubio pan de algún amigo.

Mañana, andaré por el vino,
elemento vital que da la parra.
Me quedaré al acecho en las acequias
para atrapar un canto de cigarra.

Bajarán los duendes de los sauces,
de los álamos vendrán las salamandras.
Escaparán los ríos de su cauce
hacia el rito virtual de la esperanza.

Antes de que sucumba mi rocío.
Ese; del llano, el valle y la montaña,
teñiré de color los manzanares
y beberé del trinar de las calandrias.

CUENTO

AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO

La cintura naranja donde se iba acostando el óvalo dorado hacedor de la luz, estaba decreciendo cada vez más, parecía alejarse con celeridad a medida que se opacaba. El resplandor amarillento declinaba. Detrás de nosotros las sombras avanzaban con la misma prisa con que huía la luz.
Sobre la laguna, una leve brisa jugaba a rizar la superficie y los juncos que emergían cautelosos y columpiaban impávidos a la espera de la calma que reinaría en poco rato.
Desde nuestra perspectiva se veía el viejo molino junto al alambrado, girando con un ala rota al tiempo que un débil y sediento sonido parecía burlarse de nosotros, asustándonos. Me distraje un momento y tuve que hacer cabriolas para no llevarme por delante a uno de mis compañeros. Otros dos, que venían detrás me imitaron, mirándome con sus ojos dilatados por la sorpresa; pasaron a mi lado meneando sus cabezas conmuecas de reproches.
Mientras buscábamos el lugar donde iríamos adormir, la hermosa e indescriptible tonalidad del ocaso entintaba de rojo las pocas nubes colgadas no sé de donde, pero que estaban allí, casi estáticas, frágiles, sobre un horizonte distinto al de otras veces.
Nunca me sentí tan feliz. Tomé fuerzas y en un impulso de júbilo rebasé a tres o cuatro compañeros que me precedían. Creo que en ese momento mis colores brillaron como nunca y mi cuello se estiró un poco más a causa de mi vanidad.
En tanto nuestro líder asediaba las sombras del anochecer, me extasiaba con aquellos agujeritos de luces sobre el agua, similares a los que había más arriba, sobre nuestras cabezas. De improviso, partió desde los juncos un graznido sin alma que pareció llamar la atención de nuestro guía y, junto a él, enfilamos hacia el lugar desde donde provenía. A mi me pareció ver entre el totoral un par de sombras agazapadas y algunos de esos bichos gritones de cuatro patas. Esos, de hocicos largos con grandes y estúpidas orejas; más feos aún con esa larga cola que creo no les sirve para nada. Cerca de ellos, sobre el agua, ahora un poco más calma por la huida de la brisa, los hoyitos titilantes se iban agrupando cada vez más. Sin duda, volví a comparar, eran iguales a aquellos, que poco a poco, se andaban encendiendo por el cielo; ese cielo que ahora no era ni azul ni negro. Supuse que podía cotejarlo con el color del humo de la madera fresca de los bosques, cuando arden.
De pronto, se reunieron con mis pensamientos: el desconcierto de los truenos y las pequeñas nubecitas blancas que partían desde las figuras agazapadas.
Sentí un pequeño dolor en mi costado derecho y de inmediato, otra punzada en mi pecho. No pude mantener el ritmo. Me faltó el aire y comencé a caer. Tomé conciencia de que me acercaba velozmente hacia los pequeños socavones de luces. Golpeé sobre la superficie y me quedé quieto... Me pareció que aún batía las alas. El frío del agua se mezcló con la sangre caliente y sentí miedo...
Mis amigos habían huido. No estaban en el pequeño fragmento de cielo que aún podía ver. Me sentí muy solo. Solo con la soledad. Me humilló bastante que uno de esos asquerosos bichos de cuatro patas me tomara sin contemplación entre sus babeantes fauces y me depositara como un trapo en la mano fría y áspera del hombre que había utilizado el destello y el retumbo a su antojo.
Antes de la nada, como en un sueño, oí decir:“¡Qué hermoso pato! ¡Mira José, los colores que tiene! ¡Fíjate que pechuga! ¡Qué hermoso ejemplar, parece un macho!”
Pobrecitos... sentí lástima...
Luego, mis ojos perdieron el brillo al mismo tiempo que se fueron apagando los sonidos y el canto de los grillos. Me deslicé por la ventana de uno de esos hoyitos de luces que había visto reflejados en el agua para hallar la sublime inconsciencia del no ser.Acaso, en busca de algunos de mis camaradas y retomar la levedad del vuelo entorpecido. Acaso, para oír mañana... la atardecida copla de las cigarras.