viernes, enero 11, 2008

Daniel González Rebolledo - Paraná - Entre Ríos - Argentina

CUENTO

EL HALLEY

El rancho nadaba en un mar de patos blancos, grises, picazos y algunos negros. Se despiojaban a la luz postrera, aleteando ruidosamente, y ya secos, como disfrutando de un rito, de un gozo inacabable, volvían una y otra vez a romper en mil brillos la gema verde del tajamar y la pelusa de sus plumas ascendía por el aire tibio de la tarde.
Golpearon las manos contra el alambrado y dos perros hicieron un claro de ladridos seguidos por la vieja.
-¡Juííra… Juíííraa carajo! ¿Qué se lej ofrece?
-Un poco de agua, abuela, y descansar, caminamos desde la ruta porque veníamos de Paraná haciendo dedo, y como se nos venía la noche tratamos de encontrar una casa, somos estudiantes…
La vieja dejó que se acercaran conteniendo a los perros, el mar de patos, expectante, se había cerrado otra vez. Los estudiantes siguieron dando explicaciones de hacia dónde y cómo se llamaban, la vieja y los perros olfateaban, medían, hasta que los perros salieron súbitamente disparados campo afuera y los patos volvieron a sus plumas. Las de la cola, sobre todo, daban mucho trabajo, crraaauuaaaac, el serrucho del pico alisando las más largas. Gritos de alguna hembra desbordada por el asedio voraz de varios machos con sus penachos erizados. Crraaauuaaaac, el serrucho bajo las alas, las plumitas diminutas esponjando los reflejos violetas del paisaje.
Después un viejo banco, la noche entrando en la charla y el milagro, límpido, destacando primero su gran cabeza y después la miríada de su cola, el cometa se columpió ahí nomás, sobre el alero.
Los estudiantes se pusieron a explicar cifras, radios, longitudes. La vieja trató de agarrar un pato para la cena sin escuchar demasiado, con sus años era la segunda vez que veía al Halley, muy chica, había sido alzada por su padre para ver el prodigio enmarcado entre los sauces y ahora estos gurises diciendo cosas tan difíciles siendo que este pato no termina de quedarse quieto, carajo, y estas manos flojas de puro reuma, y las largas alas del pato levantando viento y plumas y otros patos alborotándose, y otros vuelos haciéndole volar la pollera, qué vergüenza, pero si lo suelto, y los pies sin el suelo desde donde los perros cambiaron ladridos por aullidos y la pelusa que asciende y la bandada siseando en el vuelo silencioso y la vieja toda plateada y el rancho encendido de azul, y los dos chicos sin cifras en su banco celeste, todos entrándose en la cola fantasmagórica del cometa.